No puedo evitar cierto placer morboso con las discusiones políticas. Siempre soy una observadora ajena que no pierde de vista cómo rebotan las palabras como pelota en un match de ping pong.
Hace poco leí una seguidilla de respuestas y contrarespuestas en Facebook, entre dos defensores de la democracia y el país, pero que parecía a simple vista que se odiaban a muerte aunque estuvieran absolutamente enfrentados sobre la misma vereda, discutiendo los logros o desaciertos del actual gobierno.
Y resulta que ambas personas se conocían muy bien y tenían muchas amistades en común.
Me pregunto si ese viejo refrán que dice que "con los amigos no se discute de política, deporte o religión", habría que respetarse como nunca hoy en día en Argentina.
Porque hay una suerte de persecusión e intolerancia hacia los que no aceptan la idiosincracia kirchnerista, llámase seguidores del fallecido Néstor Kirchner o de su esposa actual presidente del país Cristina Férnandez.
De pronto se borraron los grises. Una década en la que se está de un lado o del otro, y en el mientras tanto, cae una catarata de frases poco felices que reflejan odio entre argentinos, odio entre personas que quieren lo mismo: un país que crezca, que no sea corrupto, en el que no haya desnutrición ni analfabetos,y sí exista vivienda suficiente y planes de salud para todos.
Creo firmemente que las personas nos acercamos unas a otras por afinidad y por los valores que compartimos. Pero ese acercamiento no nos da derecho a juzgar a nadie por su ideología. La libertad que gracias a Dios disfrutamos hace muchos años en el país, nos permite pensar en lo que queremos pero siempre sin olvidarnos que esa libertad tiene el límite de la libertad del otro. Un versito que nos han enseñado desde chicos y que nunca caduca su mensaje.
Por qué esa manía de agredir al otro cuando piensa distinto. Un mal hábito enquistado hace diez años que probablemente costará desarraigar.
Hace poco leí una seguidilla de respuestas y contrarespuestas en Facebook, entre dos defensores de la democracia y el país, pero que parecía a simple vista que se odiaban a muerte aunque estuvieran absolutamente enfrentados sobre la misma vereda, discutiendo los logros o desaciertos del actual gobierno.
Y resulta que ambas personas se conocían muy bien y tenían muchas amistades en común.
Me pregunto si ese viejo refrán que dice que "con los amigos no se discute de política, deporte o religión", habría que respetarse como nunca hoy en día en Argentina.
Porque hay una suerte de persecusión e intolerancia hacia los que no aceptan la idiosincracia kirchnerista, llámase seguidores del fallecido Néstor Kirchner o de su esposa actual presidente del país Cristina Férnandez.
De pronto se borraron los grises. Una década en la que se está de un lado o del otro, y en el mientras tanto, cae una catarata de frases poco felices que reflejan odio entre argentinos, odio entre personas que quieren lo mismo: un país que crezca, que no sea corrupto, en el que no haya desnutrición ni analfabetos,y sí exista vivienda suficiente y planes de salud para todos.
Creo firmemente que las personas nos acercamos unas a otras por afinidad y por los valores que compartimos. Pero ese acercamiento no nos da derecho a juzgar a nadie por su ideología. La libertad que gracias a Dios disfrutamos hace muchos años en el país, nos permite pensar en lo que queremos pero siempre sin olvidarnos que esa libertad tiene el límite de la libertad del otro. Un versito que nos han enseñado desde chicos y que nunca caduca su mensaje.
Por qué esa manía de agredir al otro cuando piensa distinto. Un mal hábito enquistado hace diez años que probablemente costará desarraigar.
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